Si notas que tu hijo está decaído (y no es algo normal en él), o bien observas que está algo más pálido o que sus uñas se han vuelto quebradizas, conviene consultar con el pediatra. Tal vez tenga anemia, y necesite un tratamiento para recuperarse. Pero no te preocupes, porque es una enfermedad bastante común en los primeros años de vida. Además el tratamiento es muy sencillo y la anemia no deja ningún tipo de secuela.
Si tu hijo tiene anemia, significa que su cuerpo no produce los suficientes glóbulos rojos o que éstos no contienen la hemoglobina necesaria. Y la hemoglobina es fundamental porque es la encargada de llevar el oxígeno a los tejidos. La más común de las anemias es la ferropénica. Se da cuando el niño tiene el hierro bajo y se diagnostica con un análisis de sangre.
Los bebés nacen con hierro almacenado, pero en el primer año de vida (periodo de rápido crecimiento), consumen alrededor de 1 mg de hierro al día. Ten en cuenta que los niños no absorben todo el hierro que ingieren (sólo un 10%), así que necesitarán alrededor de 10 mg de hierro al día, al menos que tu bebé sea lactante y esté tomando leche materna. En ese caso necesita menos hierro porque su cuerpo absorberá mucho mejor el que le estás ofreciendo.
El príncipal síntoma de la anemia es el decaimiento, la falta de fuerzas y la fatiga. La piel del niño está algo más pálida. Puede quejarse de dolores de cabeza y perder el apetito. También se puede mostrar más irritable y tener síntomas constantes de somnolencia.
Esta enfermedad es bastante común en la infancia. Se da sobre todo en niños que no se alimentaron en sus primeros meses ni con lactancia materna ni con leches de fórmula enriquecidas en hierro. Su pico de incidencia es mayor entre los 6 meses y los 3 años de edad.
La anemia debe tratarse. De lo contrario, puede repercutir en el desarrolllo físico y social del niño. Por ejemplo, la anemia puede provocar déficit de atención y afectar en el rendimiento escolar.
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